Internet es nuestro telégrafo
El pájaro telegrafista es una cruza de
paloma mensajera y de pájaro carpintero
--Carlos Illescas
Hemos dejado de escribir cartas y de utilizar el telégrafo,
que tenemos a la mano: en la red, mediante un enlace
telefónico local.
Lleva un poco de tiempo adaptarse a la nueva cultura
comunicativa. Con los años uno lo asimila como se integra la televisión. Yo hasta 1992, luego de muchas resistencias,
empecé a utilizar la computadora para escribir y sigo
creyendo que no ha habido un procesador mejor de palabras
que el MS-2. De mi generación (los que nacimos en los años
40) se ha dicho que somos reaccionarios tecnológicos, sin
embargo he conocido a periodistas amigos (como Enrique Maza) que a su edad (nació en los años 30) entró en la red con el entusiasmo y la curiosidad de un jovenazo. Y ahora es un experto.
Al principio no quería tener el internet en mi casa. Me
daba miedo. Temía que me volviera más disperso que lo que
soy por temperamento. Le decía a Ricardo Bautista: "¿Para
qué quiero una nave espacial en mi casa? Yo lo que necesito
es una máquina de escribir."
"Pues digas lo que digas hay un sitio de la NASA que te
puede conectar a la cámara de una nave que va rumbo a Marte
y puedes ir viendo el espacio sideral en vivo", me dijo.
Mi temor era alimentar más una de mis pocas adicciones
confesables: la tendencia a perder el tiempo. Pero un julio
de este año me compré una iMac y deserté de las PC. Nadie
podía explicarme cuál era la diferencia entre las dos (no se puede: es como explicar lo que es el orgasmo), pero una
pequeña encuesta --animado por mi snobismo‹- me alentó a pasarme a la Mac: supe que utilizan Mac Gabriel García Márquez, David Huerta, Adolfo Aguilar Zínser, Juan Villoro, Alberto Ruy Sánchez y Jorge Castañeda.
Como la única vocación cierta que tengo es la de
propagandista (desde niño me encantaba mandar cartas y
recortes de periódicos), he caído ahora en la locura del
correo electrónico. Leo menos y escribo menos. Envío
artículos que ni siquiera son míos. Porque me gustan. Y creo que el tamaño ideal es un texto de no más de 2000 caracteres (el artículo-telegrama), como los que escriben Félix de Azúa, Maruja Torres, Juan José Millás, Manuel Vicent, Vicente Verdú y Manolo Vázquez Montalbán para la última página de El País. También me ha dado por enviar como "attachment" mi novela corta (o long-short-story, como le decía Henry James), de 64 cuartillas: La clave Morse, que trata de un viejo telegrafista: mi papá.
Digo por decir que el internet es nuestro telégrafo
porque, en efecto, lo tenemos en casa. Y yo, de hecho, nunca he estado fuera del telégrafo. Desde los siete años no soy más que un telegrafista.
Prueba de que el telégrafo ha periclitado es la nostálgica inaguración a finales de noviembre (creo que el 29) del Museo del Telégrafo, que ha diseñado el museógrafo Jorge Agostoni junto al Caballito: debajo del Museo Nacional de Arte, cerca de la cámara de Senadores y frente al palacio de Minería, en la ciudad de México, porque allíestuvo el último telégrafo. He imaginado que por ahí debe haber en una bodega de la Secretaría de Comunicacioes repleta, como chapulines de bronce, de aparatitos Morse recogidos en toda la República. Son estatuas en miniatura. A la entrada del Museo del Telágrafo se expondrá una escultura que ha
esculpido Iker Larrauri de Samuel Finley Breese Morse, que
nació el 27 de abril de 1791 en Charlestown, Massachussets.
El también notable pintor transmitió el 24 de mayo de 1844
el mensaje que se haría tan famoso: "¿Qué nos ha enviado
Dios?"
El 1 de febrero de 1989, unos ciento cincuenta años
después de que Morse inventara su sistema de puntos y rayas,
su código desapareció finalmente de la escena mundial.
La Marina francesa abandonó el alfabeto Morse en sus aguas
territoriales en 1987; lo dieron de baja con un adorno galo:
"A todos. Este es nuestro último grito antes del silencio
eterno". Pero no sé si siguen utilizando para llamadas de
socorro las letras S.O.S., que son las más fáciles de
descrifrar en Morse: tres puntos, tres rayas, tres puntos.
S---S
Y este es el código de los hombres que utilizaban el lenguaje de los pájaros carpinteros –-según dice desde Caborca José Antonio Dávila Payán—- y que nunca más volverá:
A .- N -. 1 .---- . AAA .-.-.-
B -... O --- 2 ..--- ? IMI ..--..
C -.-. P .--. 3 ...-- , MIM --..--
D -.. Q --.- 4 ....- - DU -....-
E . R .-. 5 ..... / XE -..-.
F ..-. S ... 6 -.... ( KN -.--.
G --. T - 7 --... ) KK -.--.-
H .... U ..- 8 ---..
I .. V ...- 9 ----.
J ...- W .-- 0 -----
K -.- X -..-
L .-.. Y -.--
M -- Z --..
paloma mensajera y de pájaro carpintero
--Carlos Illescas
Hemos dejado de escribir cartas y de utilizar el telégrafo,
que tenemos a la mano: en la red, mediante un enlace
telefónico local.
Lleva un poco de tiempo adaptarse a la nueva cultura
comunicativa. Con los años uno lo asimila como se integra la televisión. Yo hasta 1992, luego de muchas resistencias,
empecé a utilizar la computadora para escribir y sigo
creyendo que no ha habido un procesador mejor de palabras
que el MS-2. De mi generación (los que nacimos en los años
40) se ha dicho que somos reaccionarios tecnológicos, sin
embargo he conocido a periodistas amigos (como Enrique Maza) que a su edad (nació en los años 30) entró en la red con el entusiasmo y la curiosidad de un jovenazo. Y ahora es un experto.
Al principio no quería tener el internet en mi casa. Me
daba miedo. Temía que me volviera más disperso que lo que
soy por temperamento. Le decía a Ricardo Bautista: "¿Para
qué quiero una nave espacial en mi casa? Yo lo que necesito
es una máquina de escribir."
"Pues digas lo que digas hay un sitio de la NASA que te
puede conectar a la cámara de una nave que va rumbo a Marte
y puedes ir viendo el espacio sideral en vivo", me dijo.
Mi temor era alimentar más una de mis pocas adicciones
confesables: la tendencia a perder el tiempo. Pero un julio
de este año me compré una iMac y deserté de las PC. Nadie
podía explicarme cuál era la diferencia entre las dos (no se puede: es como explicar lo que es el orgasmo), pero una
pequeña encuesta --animado por mi snobismo‹- me alentó a pasarme a la Mac: supe que utilizan Mac Gabriel García Márquez, David Huerta, Adolfo Aguilar Zínser, Juan Villoro, Alberto Ruy Sánchez y Jorge Castañeda.
Como la única vocación cierta que tengo es la de
propagandista (desde niño me encantaba mandar cartas y
recortes de periódicos), he caído ahora en la locura del
correo electrónico. Leo menos y escribo menos. Envío
artículos que ni siquiera son míos. Porque me gustan. Y creo que el tamaño ideal es un texto de no más de 2000 caracteres (el artículo-telegrama), como los que escriben Félix de Azúa, Maruja Torres, Juan José Millás, Manuel Vicent, Vicente Verdú y Manolo Vázquez Montalbán para la última página de El País. También me ha dado por enviar como "attachment" mi novela corta (o long-short-story, como le decía Henry James), de 64 cuartillas: La clave Morse, que trata de un viejo telegrafista: mi papá.
Digo por decir que el internet es nuestro telégrafo
porque, en efecto, lo tenemos en casa. Y yo, de hecho, nunca he estado fuera del telégrafo. Desde los siete años no soy más que un telegrafista.
Prueba de que el telégrafo ha periclitado es la nostálgica inaguración a finales de noviembre (creo que el 29) del Museo del Telégrafo, que ha diseñado el museógrafo Jorge Agostoni junto al Caballito: debajo del Museo Nacional de Arte, cerca de la cámara de Senadores y frente al palacio de Minería, en la ciudad de México, porque allíestuvo el último telégrafo. He imaginado que por ahí debe haber en una bodega de la Secretaría de Comunicacioes repleta, como chapulines de bronce, de aparatitos Morse recogidos en toda la República. Son estatuas en miniatura. A la entrada del Museo del Telágrafo se expondrá una escultura que ha
esculpido Iker Larrauri de Samuel Finley Breese Morse, que
nació el 27 de abril de 1791 en Charlestown, Massachussets.
El también notable pintor transmitió el 24 de mayo de 1844
el mensaje que se haría tan famoso: "¿Qué nos ha enviado
Dios?"
El 1 de febrero de 1989, unos ciento cincuenta años
después de que Morse inventara su sistema de puntos y rayas,
su código desapareció finalmente de la escena mundial.
La Marina francesa abandonó el alfabeto Morse en sus aguas
territoriales en 1987; lo dieron de baja con un adorno galo:
"A todos. Este es nuestro último grito antes del silencio
eterno". Pero no sé si siguen utilizando para llamadas de
socorro las letras S.O.S., que son las más fáciles de
descrifrar en Morse: tres puntos, tres rayas, tres puntos.
S
Y este es el código de los hombres que utilizaban el lenguaje de los pájaros carpinteros –-según dice desde Caborca José Antonio Dávila Payán—- y que nunca más volverá:
A .- N -. 1 .---- . AAA .-.-.-
B -... O --- 2 ..--- ? IMI ..--..
C -.-. P .--. 3 ...-- , MIM --..--
D -.. Q --.- 4 ....- - DU -....-
E . R .-. 5 ..... / XE -..-.
F ..-. S ... 6 -.... ( KN -.--.
G --. T - 7 --... ) KK -.--.-
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