García Márquez, periodista
Si alguien ha tenido autoridad para expresar su convicción de que el periodismo escrito es un género literario ése es Gabriel García Márquez. Ya venía la especie dignificadora del periodismo en las proposiciones novelescas de Truman Capote: A sangre fría se ofreció, desde la atalaya publicitaria de Nueva York, como una “novela sin ficción”. Sin embargo ese tipo de “nuevo periodismo” ya lo habían hecho desde el siglo XIX los practicantes de la novela realista, Balzac, Zola, Daniel Defoe, y Upton Sinclair, en La Jungla. Entre nosotros Martín Luis Guzmán se adelantó a los neoyorkinos con El águila y la serpiente.
El carácter ilusorio de la realidad, según las épocas, propicia el apego al realismo o su distanciamiento. Cuando los historiadores revisan los archivos periodísticos —diarios de 1923, de 1968, revistas de los años 40— se asombran de la cantidad de fantasías que proyectan los reporteros y sus contemporáneos. Despejada la niebla de la actualidad, la historia pone mejor las cosas en su sitio.
García Márquez siempre se ha considerado un periodista. Es de los pocos escritores que tiene derecho a decirlo porque desde los diecinueve años estuvo en el desvelo de las redacciones y en las labores de campo. “Parto de la base de que escribir novela y escribir reportaje es un oficio igual, es decir: contar cosas que le suceden a la gente.” A partir de un hecho real (la imagen infantil de cuando lo llevaban al circo), el autor de Cien años de soledad suelta su imaginación y se aventura en las iluminaciones que proveen las mentiras de a literatura. Noticia de un secuestro y Crónica de una muerte anunciada no disimulan su condición de reportajes.
Se trata del antiquísimo problema entre la verdad y la mentira, la ilusión y la realidad, la fantasía y el culto obsesivo a los hechos. A Óscar Wilde ya le incomodaba el realismo, la reproducción exacta de la realidad. Fernando Vallejo piensa que en la novela, que es invención, la mentira y la verdad son dos espejos que se anulan. No cabe hablar de verdad ni de mentira. “Un novelista inventivo no es un novelista mentiroso. Es un novelista a secas.” Mentiroso sería el periodista que inventara.
La ficción o guarda con la realidad una relación de verdad lógica, sino de verosimilitud o una “ilusión de verdad”. Helena Beristáin, en su Retórica y poética, lo explica mejor: Según las convenciones del género y de su época, al lector se le permite, según su experiencia del mundo, “aceptar la obra como ficcional y verosímil, distinguiendo así lo ficcional de lo verdadero, de lo erróneo y de la mentira”.
“Mi pacto con el lector no es revelarle una realidad ya establecida (literaria o histórica) sobre la que de antemano ya estamos de acuerdo”, dice Toni Morrison.
El periodismo de Gabriel García Márquez, dice Jacques Gilard, en Obra periodística, Vol. I. Textos costeños de Gabriel García Márquez (Ed. Mondadori; Barcelona, 1992) con todo y haber logrado inigualables éxitos, fue principalmente una escuela de estilo, y constituyó el aprendizaje de una retórica original. Desde los veinte años y a partir de 1948, fecha del asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán y del comienzo de la etapa de la Violencia en Colombia, García Márquez inició una actividad periodística dentro de un género específico: el comentario, en su modalidad humorística y en las páginas de El Universal de Cartagena. Si bien destacó después como reportero (Crónicas y reportajes; Ed. Biblioteca Colombiana de Cultura; Bogotá, 1976 y entrevistador (Relato de un náufrago; Tusquets Editor; Barcelona, 1970), García Márquez hizo sus armas literarias en la columna porque escribirla todos los días implicaba una nueva manera de decir las cosas y de plantearlas, es decir: una cuestión de estilo. Ante todo, siguiendo el modelo de las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna, el novelista en ciernes trataba de conseguir una feliz expresión y un atrevido planteamiento: no decir nada, incluso, pero decirlo muy bien.
La recopilación de Jacques Gilard incluye asimismo otros dos volúmenes: Entre cachacos y De Europa y América (Ed. Mondadori; Barcelona, 1992) que recogen doce años de vida periodística, en las que sobresale la columna La jirafa, publicada en El Heraldo de Barranquilla. Periodismo y literatura se funden en un único discurso que permite desentrañar las claves de la obra novelística del colombiano.
Lo más probable es que cada autor sea en sí mismo un género literario. Si no todo el periodismo es un género literario, aunque pueda homologarse a la novela realista (eso cada escritor lo habrá de creer o no), lo cierto es que García Márquez convirtió el periodismo en literatura. Y sigue creyendo en la palabra escrita: desconfía de las grabadoras y sugiere que el reportero vuelva a la libreta de notas para que vaya editando con su inteligencia a medida que escucha. Si toma notas, escribe. Si graba, transcribe.
Si ahora los medios impresos tienden a la baja, a dejar de ser medios “masivos” de comunicación, tal vez se deba a que los periodistas han perdido el gusto por el idioma y el estilo personal. Por eso, más que nunca, tiene muchísimo sentido la concepción de García Márquez y su creación de talleres de periodismo en Cartagena de Indias, en la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano.
El carácter ilusorio de la realidad, según las épocas, propicia el apego al realismo o su distanciamiento. Cuando los historiadores revisan los archivos periodísticos —diarios de 1923, de 1968, revistas de los años 40— se asombran de la cantidad de fantasías que proyectan los reporteros y sus contemporáneos. Despejada la niebla de la actualidad, la historia pone mejor las cosas en su sitio.
García Márquez siempre se ha considerado un periodista. Es de los pocos escritores que tiene derecho a decirlo porque desde los diecinueve años estuvo en el desvelo de las redacciones y en las labores de campo. “Parto de la base de que escribir novela y escribir reportaje es un oficio igual, es decir: contar cosas que le suceden a la gente.” A partir de un hecho real (la imagen infantil de cuando lo llevaban al circo), el autor de Cien años de soledad suelta su imaginación y se aventura en las iluminaciones que proveen las mentiras de a literatura. Noticia de un secuestro y Crónica de una muerte anunciada no disimulan su condición de reportajes.
Se trata del antiquísimo problema entre la verdad y la mentira, la ilusión y la realidad, la fantasía y el culto obsesivo a los hechos. A Óscar Wilde ya le incomodaba el realismo, la reproducción exacta de la realidad. Fernando Vallejo piensa que en la novela, que es invención, la mentira y la verdad son dos espejos que se anulan. No cabe hablar de verdad ni de mentira. “Un novelista inventivo no es un novelista mentiroso. Es un novelista a secas.” Mentiroso sería el periodista que inventara.
La ficción o guarda con la realidad una relación de verdad lógica, sino de verosimilitud o una “ilusión de verdad”. Helena Beristáin, en su Retórica y poética, lo explica mejor: Según las convenciones del género y de su época, al lector se le permite, según su experiencia del mundo, “aceptar la obra como ficcional y verosímil, distinguiendo así lo ficcional de lo verdadero, de lo erróneo y de la mentira”.
“Mi pacto con el lector no es revelarle una realidad ya establecida (literaria o histórica) sobre la que de antemano ya estamos de acuerdo”, dice Toni Morrison.
El periodismo de Gabriel García Márquez, dice Jacques Gilard, en Obra periodística, Vol. I. Textos costeños de Gabriel García Márquez (Ed. Mondadori; Barcelona, 1992) con todo y haber logrado inigualables éxitos, fue principalmente una escuela de estilo, y constituyó el aprendizaje de una retórica original. Desde los veinte años y a partir de 1948, fecha del asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán y del comienzo de la etapa de la Violencia en Colombia, García Márquez inició una actividad periodística dentro de un género específico: el comentario, en su modalidad humorística y en las páginas de El Universal de Cartagena. Si bien destacó después como reportero (Crónicas y reportajes; Ed. Biblioteca Colombiana de Cultura; Bogotá, 1976 y entrevistador (Relato de un náufrago; Tusquets Editor; Barcelona, 1970), García Márquez hizo sus armas literarias en la columna porque escribirla todos los días implicaba una nueva manera de decir las cosas y de plantearlas, es decir: una cuestión de estilo. Ante todo, siguiendo el modelo de las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna, el novelista en ciernes trataba de conseguir una feliz expresión y un atrevido planteamiento: no decir nada, incluso, pero decirlo muy bien.
La recopilación de Jacques Gilard incluye asimismo otros dos volúmenes: Entre cachacos y De Europa y América (Ed. Mondadori; Barcelona, 1992) que recogen doce años de vida periodística, en las que sobresale la columna La jirafa, publicada en El Heraldo de Barranquilla. Periodismo y literatura se funden en un único discurso que permite desentrañar las claves de la obra novelística del colombiano.
Lo más probable es que cada autor sea en sí mismo un género literario. Si no todo el periodismo es un género literario, aunque pueda homologarse a la novela realista (eso cada escritor lo habrá de creer o no), lo cierto es que García Márquez convirtió el periodismo en literatura. Y sigue creyendo en la palabra escrita: desconfía de las grabadoras y sugiere que el reportero vuelva a la libreta de notas para que vaya editando con su inteligencia a medida que escucha. Si toma notas, escribe. Si graba, transcribe.
Si ahora los medios impresos tienden a la baja, a dejar de ser medios “masivos” de comunicación, tal vez se deba a que los periodistas han perdido el gusto por el idioma y el estilo personal. Por eso, más que nunca, tiene muchísimo sentido la concepción de García Márquez y su creación de talleres de periodismo en Cartagena de Indias, en la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano.
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