La máquina de escribir

Sobrevive como una insignia tan antigua y romántica como la pluma fuente, distintiva de los miembros de un gremio al que no son ajenos los telegrafistas (también en proceso de extinción, como los escritores), las secretarias, los reporteros y los "evangelistas" de la plaza de Santo Domingo. Como la pluma de ganso o el canutero, la máquina de escribir suele asociarse con el placer y el trabajo que comporta el oficio de escritor.

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Friday, January 13, 2006

Los tigres de Herbert

Los Tigres de Borges



Sólo a un escritor de la formación de Julián Herbert (Acapulco, 1971) se le pudo haber ocurrido ponerle a su grupo de rock Los Tigres de Borges.
Residente en Saltillo, el autor del libro de cuentos Soldados muertos, y de los poemas Chili Hardcore, El nombre de esta casa y El cielo es el naipe, disertó sobre el corrido mexicano norteño en el marco de una discusión sobre la violencia y la frontera.
"Así como Homero fundó el poema épico para demostrar que el mar y el vino son del mismo color, los aedas modernos inventaron el corrido norteño para que nosotros tuviéramos un eterno antojo de cerveza."
Después de leer unos versos de "Lamberto Quintero", Juilián Herbert caracteriza al perfecto bato norteño, el anónimo héroe de la norteñidad que transita a 120 kilómetros por hora las carreteras nocturnas de Pitiquito a Mexicali, del Altar al Sásabe, de Parral a Chihuahua, de Durango a Torreón y Matamoros, "uniendo en un sorbo de espuma el territorio más vasto y solitario de México. Sombrero Resistol, troca Cheyenne con las balatas pegadas, estéreo Pioneer comprado chocolate en una aduana fantasma, un Marlboro entre los dientes y una lata de Tecate entre los muslos, pegadita a los huevos".
Se demora en detalle en cada una de las estrofas de "Laurita Garza", una de las obras maestras de la narrativa popular mexicana.

A orillas del río Bravo,
En una hacienda escondida,
Laurita mató a su novio
Porque ya no la quería
Y con otra iba a casarse
Nomás porque las podía.

La trágica historia de Laura Garza, maestra de escuela, se resuelve desde el principio a la manera de los romances históricos o de la nota periodística, pero también como algunas novelas contemporáneas, como Crónica de una muerte anunciada: "Sus virtudes poéticas no radican en la metáfora, sino en la sugerente combinación de detalles narrativos y accidentes verbales", mientras la violencia destaca por su vuelo y se vuelve irónica en los diminutivos de la "muerte cerquita", la "escuadra cortita" y "Laurita" suicidándose.
También el vocalista de Los Tigres de Borges se regocija en "Gerardo González", grabado por Ramón Ayala y sus Bravos del Norte, tanto como en "El federal de Caminos", donde se relata el asesinato del agente Javier Peña. Y es que, escribe Julián Herbert, en su carácter de sagas o sergas, los corridos norteños representan un tejido cultural caótico, pero también meticuloso: "Son como un fuego cruzado, un territorio donde distintos planos de la realidad se mezclan. Un Aleph hecho a balazos." El colmo del heroísmo, la vocación autodestructiva, es dejarse matar a balazos y si es sobre la línea fronteriza, tanto mejor.
Que muy caro le ha sido a Herbert un escritor como Jorge Luis Borges se ve en sus alusiones al argentino, sobre todo cuando el autor de "El otro tigre" y "El oro de los tigres" asevera que los verdaderos héroes de La Ilíada fueron los troyanos "porque hay más dignidad y belleza en la derrota que en la victoria". De manera semejante —dice el joven narrador que también ha publicado en El País, de Madrid, y en el volumen colectivo Puro Border— en la guerra cultural de la frontera "los escuchas del corrido sabemos que nos toca jugar el rol de los troyanos".
Entre las carreteras desérticas y las cantinas que son cuevas, que son antros, que son la plaza del juglar y la reunión alrededor de la hoguera ancestral, hay como una "felicidad casi apache". Si en algo se reconoce una buena cantina, como la Tropiconga de Hermosillo, es que hay aserrín en el piso, "la cerveza se enfría en hielo y la radiola contiene los mejores discos de Los Tigres del Norte, Los Invasores de Nuevo León y Los Cadetes de Linares".
Cuenta Julián Herbert que pasó su infancia en un pueblo de Coahuila: Ciudad Frontera: "Mi familia era pobre, así que a los nueve años tuve que buscar trabajo. Muy pronto lo encontré: cantante de autobús."
Cantaba con su hermano Saíd en los transportes Anáhuac viejos boleros norteños y, por supuesto, corridos. "Cantábamos con voces agudas pero bragadas, porque cuando uno canta corridos de narcos abaleados no puede andarse con mariconerías: hay una savia de valor que los personajes de las historias le contagian a la voz."
De una ranchería a otra, entre un caserío encalado y un kiosko cacarizo de tantos balazos, Julián y Saíd celebraban la vida y la muerte de sus héroes. Una vez, en un transporte para empleados de la siderúrgica, un obrero les dio un billete de cien pesos y les dijo: "Échese el corrido de Laurita Garza". En otra ocasión se agarraron a chingazos con dos güercos que trataron de asaltarlos en el descampado:
"Supongo que ganamos porque, muy en el fondo, sabíamos que el espíritu de algún pistolero peleaba del lado de nosotros."

La imagen del tigre en la poesía de Jorge Luis Borges es recurrente e invoca el advenimiento de la noche: la paulatina invasión de la ceguera. Dice Borges que lo último del mundo o del día que ve el que está quedándose ciego son "las rayas del tigre", unas barras como de celda, los barrotes de hierro de una cárcel.
Se necesita toda una educación literaria, como la de este trovador de Saltillo, para jugar con la resonancia de Los Tigres del Norte y Los Tigres de Borges.

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