La máquina de escribir

Sobrevive como una insignia tan antigua y romántica como la pluma fuente, distintiva de los miembros de un gremio al que no son ajenos los telegrafistas (también en proceso de extinción, como los escritores), las secretarias, los reporteros y los "evangelistas" de la plaza de Santo Domingo. Como la pluma de ganso o el canutero, la máquina de escribir suele asociarse con el placer y el trabajo que comporta el oficio de escritor.

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Friday, February 10, 2006

Desplazamiento del español por el inglés

Que el español va cambiando todos los días —y ahora de manera más acelerada por los medios de comunicación audiovisuales— es una más de las “novedades” que estamos conociendo en nuestra época. El fenómeno no es bueno ni malo. Es propio de las lenguas evolucionar y transformarse. De hecho, todos los idiomas han sido resultado de la fusión con otros, aunque también es cierto que a lo largo de la historia las lenguas más poderosas van sustituyendo a las más endebles hasta borrarlas del planeta.
En el árbol histórico de las lenguas, y esto lo ilustra muy bien Antonio Alatorre en su Los 1,001 años de la lengua española, puede verse que el inglés tiene raíces germánicas y que el español, pasando por el latín, tiene un origen itálico.
Basta examinar cualquier escrito del pasado para percibir que los usos del español y la construcción de la frase eran diferentes a los de hoy. En agosto de 1821, el doctor Servando Teresa de Mier se expresaba así: “Pero el haber sido una cosa, no es razón para serlo siempre. Dios nos libre de emperadores ó reyes. Nada cumplen de lo que prometen, y van siempre a parar al despotismo. Todos los hombres propenden á imponer su voluntad sin que se les replique.” Era otro español, otra forma de pensar por escrito.
En nuestro días el español tiene otro aliento. Entre la prosa periodística y la académica, ambas muy permeables a los usos y construcciones del inglés, va germinando un nuevo español más apretado y telegráfico que confirma lo evidente: que los cambios lingüísticos de ahora son más rápidos que en el pasado. ¿Por qué? Porque en el pasado no existían los medios audiovisuales —la televisión, la radio, la telefonía— que se mueven predominantemente en la oralidad y reproducen tanto los cambios enriquecedores de nuestra lengua como los errores y los giros empobrecedores.
El locutor de todas las noches dice “le aprecio mucho” en lugar de “le agradezco mucho”.
Un funcionario afirma: “No estamos haciendo las preguntas correctas.” En lugar de: “No nos estamos dando a entender.”
La cajera de la cafetería decía antes, cuando nos devolvía el cambio: “Gracias, que le vaya bien.” Ahora las normas de cortesía de su “franquicia” la hacen decir: “Gracias, que tenga un buen día.” Have a good day.
En la clase media del DF ya no se dice “Buenos días.” Se dice “Buen día”, como en inglés. Se olvida que en el español antiguo, como el de Cervantes, el deseo es que también sean buenos los próximos días y no sólo el de hoy.
La azafata de una aerolínea mexicana anuncia: “Este es un vuelo de no fumar.” Ignora que en un español no traducido tan literalmente del inglés tendría que decir: “En este vuelo no se permite fumar.”
Desde hace muchos años, el menos en el ámbito mexicano, las disculpas se ofrecen cuando lo correcto es pedirlas, puesto que a la parte ofendida es a la que corresponde disculpar. Significa ofrecer perdón en lugar de pedirlo. Tal vez este cambio, que por uso generalizado ya tiene carta de legitimidad, se deba a que en inglés “to apologize” tiene el sentido de “hacer excusas” o disculparse.
Nadie rebaje, pues, a lágrima o reproche este andarse fijando en nimiedades de la lengua. Describir un fenómeno lingüístico no equivale a erigirse en policía del lenguaje, en gendarme de un crucero por el que pasan todas las lenguas. Nadie se extrañe tampoco de que en un futuro previsible la persona invadida de súbito por el rapto del amor diga “caí en amor” y no, como en el español antiguo, “me enamoré”.
Hacia allá vamos. Más en México que en otros países hispanoparlantes.
El problema de las contaminaciones, o de la invasión de una lengua en otra hasta deformarla o arrasarla, se encuentra en los medios orales. Ya los lingüistas profesionales se dieron cuenta, por ejemplo Francisco Gimeno Menéndez y María Victoria Gimeno Menéndez (han de ser hermanos), en un nuevo libro que no podía ser más pertinente: El desplazamiento lingüístico del español por el inglés, (Ed. Cátedra, Madrid, 2003.)
Estos especialistas advierten que en los medios audiovisuales se confunde lo coloquial con lo vulgar, y también el contagio de los modos de hablar de los políticos, que hace que los textos periodísticos puedan teñirse de eufemismos, términos vagos, abstractos, y tecnicismos innecesarios.
La idea del libro da en el clavo: “Ante el continuo avance del inglés y debido a su condición actual de lengua internacionalmente dominante, dicha variedad desempeña un papel de excesivo protagonismo como lengua de referencia.” La difusión del inglés como lengua de la ciencia, la tecnología y la economía supone un desplazamiento de las otras lenguas europeas y plantea el riesgo de provocar situaciones de conflicto lingüístico.
A finales de 2002, el grupo editorial Santillana (que concentra a las editoriales Alfaguara, Taurus y Aguilar) publicó en Madrid un grueso volumen titulado En español en el que recogía breves textos sobre el español actual recabados entre sus numerosos autores.
Al escribir de “la muerte del idioma”, el novelista colombiano Fernando Vallejo decía que “el mío es la vieja lengua de Castilla con su pundonor quisquilloso, con sus locuras, con sus amores, con sus rencores… El castellano que yo aprendí de niño ya no se habla hoy. Hoy lo que se llama español o castellano es un inglés de segunda, un adefesio. Mi idioma, en el que he pensado y sentido y vivido se está acabando, se está muriendo. ¡Pero qué importa! Yo también me estoy muriendo con él”.

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