La máquina de escribir

Sobrevive como una insignia tan antigua y romántica como la pluma fuente, distintiva de los miembros de un gremio al que no son ajenos los telegrafistas (también en proceso de extinción, como los escritores), las secretarias, los reporteros y los "evangelistas" de la plaza de Santo Domingo. Como la pluma de ganso o el canutero, la máquina de escribir suele asociarse con el placer y el trabajo que comporta el oficio de escritor.

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Friday, February 10, 2006

Casa sin libros

Si veo la tele me aburro; si
leo, me siento acompañado.
—Johnathan Frazen.


Tal vez los maestros no han sabido transmitirle a los alumnos cuál es el sentido de la literatura porque ni siquiera ellos, los maestros, entienden cuál es.
No le encuentran utilidad práctica. Dicen que les aburre, que en nada les va a ayudar leer La montaña mágica para su carrera de sistemas de computación o de ciencias y técnicas de la comunicación. Por eso cuando se encarga leer por obligación la reacción natural del muchacho es el repudio, la indiferencia por la lectura y, más tarde, una casa familiar en la que no se encuentra un solo libro ni un mueble parecido a un librero.
Ni a profesores ni a alumnos les resulta fácil entender que un estudiante de letras clásicas en la universidad de Oxford lo que a la postre está aprendiendo es a organizar un pensamiento. El contacto con la literatura la permitirá hacer conexiones, relacionar a un autor con otro, construir un discurso coherente y persuasivo.
Porque la literatura trata sobre todo de la experiencia vital; es un sistema de conocimiento de la propia vida, de lo que es el amor, el poder, la amistad, la traición, el perdón, la desgracia, la conmiseración, el alma mexicana o el alma rusa, la locura, la ambición.
Ciertamente leer requiere de mucho tiempo y para llegar a lo que a uno le guste es necesario leer antes mucha basura y sobrellevar algunas horas de tedio, pero después viene la gratificación que hay que ganarse. Si leer fuera un placer gratuito, como dice Blas Cota, todo mundo estaría leyendo.
El ser humano necesita representar el mundo en que vive, conocerlo y conocerse, para comprenderlo y comprenderse en él. Y la narración es quizás uno de los caminos más accesibles para hacerlo. La construcción de una realidad paralela, de un mundo autónomo y con leyes propias, que produzca la ilusión de que entramos en una zona —terra incognita— nunca antes descubierta de la realidad, entraña la necesidad de interrogarse no sólo acerca de los mecanismos de nuestro mundo sino de también de los mecanismos narrativos que van a hacer posible su representación. No hay que olvidar que una de las primeras experiencias que el ser humano tiene de la ficción se da en el sueño y por eso su mente no tiene ningún problema para distinguir la realidad de la ilusión y vivir entre las dos.
“Los libros emanan algo, son el tótem de mi existencia”, dijo una vez Jorge Luis Borges. Alberto Savinio aseguraba que todo lo importante acaba en un libro, ya sea La Biblia o Mein Kampf. Hasta Dios, para ser Dios, tuvo que escribir un libro. Porque no parece haber religión sin libro. Y el libro es una llave, una clave para entender la vida propia y la de los demás.
No es lo mismo, por lo demás, leer un libro con unos ojos de 23 años que releerlo con los mismos ojos de 63: a cada instante y en cada época el libro es distinto. Cada libro será susceptible de variaciones, de cambios, es decir, de aparecer distinto a cada época, a cada generación de lectores, a cada uno de los lectores y a cada relectura por parte de un mismo lector. Y así un libro es muchos libros.
A Tobías Wolff, el novelista norteamericano, la literatura le cambió la vida: “Me ha dado una profundidad de conciencia que no tenía, me ha ayudado a ver el mundo de otra manera, me ha agrandado el corazón. Y esa pasión que yo siento como muy mía la he visto y la sigo viendo en otros, incluyendo a gente muy joven. Las grandes obras literarias nos muestran la vida en toda su complejidad. Fíjese en Chéjov, por ejemplo. Si uno lee a Chéjov aprende a juzgar a los demás con compasión y tolerancia.”
La literatura nos hace comprender las vidas ajenas. Su rasgo esencial es que nos hace imaginar lo que significa ser otro ser humano distinto de nosotros. Si la literatura no sirviera nada más que para eso, ya estaría justificado su lugar en el mundo. Pero nos da algo más. La literatura nos transporta al alma misma del lenguaje.
Y no leer tiene sus consecuencias: siente uno que le falta vocabulario para expresar una idea o una emoción. Siente que le cuesta mucho trabajo organizar un pensamiento y establecer conexiones.
Por otra parte, según el poeta Francisco Brines, la poesía hace la vida mejor, afina la sensibilidad y el espíritu crítico, enseña a mirar. En eso es como la pintura: vas por Italia y ves paisajes que ya habías aprendido a mirar en el museo del Prado. ¿Para qué sirve la educación? ¿Y el dinero? Deberían servir para vivir mejor. El hombre quiere ser más pleno, más feliz, más consciente, más intenso, entender mejor el dolor. Para eso sirve la poesía.
Menos optimista, Javier Cercas, está convencido de que la literatura no sirve absolutamente para nada: no nos vuelve más ricos ni más altos ni más rubios ni más guapos; ni siquiera es del todo seguro que nos vuelva mejores o más sabios. “En realidad, para lo único que con seguridad sirve es para obtener placer y para vivir más, porque la literatura nos alivia del hartazgo de ser quienes somos, permitiéndonos ser otros, vivir lo que nunca podremos vivir y pensar lo que ni siquiera sospechábamos que podía pensarse."
Una de las razones por la que muchas veces Jonahtan Frazen, el novelista autor de Las correcciones, apaga la televisión y coge un libro “es que la televisión me hace sentirme solo y alienado, mientras que si leo un bien libro me siento acompañado. Me acerca a otra gente que siente y ve el mundo de manera parecida a la mía”.

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